miércoles, 25 de abril de 2012

Twenty-four. Liz

Cuando llego a casa, me doy cuenta de la magnitud de la situación. No lo he pensado con detenimiento hasta ahora, cuando me veo sola, en mi habitación, pensando en los chicos. ¡Los he conocido! De verdad. La cantidad de horas que he pasado en internet, en Twitter, buscando información sobre ellos y preguntándome si algún día tendría la más ínfima posibilidad de conocerlos. La respuesta, siempre que me lo he planteado, ha sido negativa, que no, nunca los conocería. Pero las cosas no han resultado ser como esperaba. Un milagro ha ocurrido, y hemos conseguido conocer a los chicos.
He conocido en carne y hueso a Louis, el chico por el que suspiro desde hace tiempo, y me parece que él demuestra interés en mí. Quizás son imaginaciones mías, porque eso es lo que quiero que ocurra, pero, al despedirse, me ha parecido que sus intenciones estaban bastante claras.
He conseguido un beso, aunque sea en la mejilla, de mi amor platónico, y eso me ha hecho más feliz de lo que podía imaginar. Ahora, no doy saltos de alegría porque estoy más bien triste por tener que esperar una semana para verle de nuevo.
Soy bastante cobarde. No soy capaz de escaparme para seguir a los chicos a París, la ciudad del amor y de las luces, como hacen Inés, Carla y María. Pero es verdad, y no me avergüenzo. No puedo ni imaginarme la cara que pondrían mis padres al ver lo que tenía intención de hacer. Si llego a escaparme, creo que me quedaré en casa, castigada, viviendo con mis padres hasta que cumpla los treinta y cinco. Y no por ellos, si no por mí. Por culpabilidad por lo que habría hecho. Y además de todo esto, que me hace tan rara, porque no soy capaz de hacerlo, no sé si podría.
Además, no importa. Seis días no es nada, y además, me iré de viaje de final de curso a Roma, con Cris y Sophie, y el resto de la clase. Eso me recuerda que ahora, antes de que llegue mi madre, debo hacerme la maleta, ya que salimos mañana al mediodía.
Mientras amontono casi toda la ropa que tengo en el armario, o la que puedo ponerme en esta época del año, One Direction, como no, suena en la radio. Cuando terminan, siento la necesidad de poner mi iPod para seguir escuchando sus voces, para saber que aún están ahí, que no se van a ir. ¡La voz de Louis suena tan dulce! Literalmente, como azucarada. Madre mía, ¡si alguien escuchara lo que pienso me daría por loca!
Oigo el sonido de la puerta de casa, y me asomo a la ventana para ver a mi madre que llega con mi hermana pequeña. Me saludan antes de entrar en el parking, y eso hace que me de prisa en acabar mi equipaje, porque ahora querrán cenar.

Estamos sentadas a la mesa, cenando, ya que mi padre hoy llegará más tarde de lo habitual, y me preguntan qué tal el día. Estoy tentada de contarles la verdad sobre lo que hemos hecho, pero mi hermana gritaría de emoción, y seguramente me caería una buena bronca por parte de mi madre. Por una parte, por escaparme de clase, que ya es suficiente, y por otra, por irnos solas con “esos chicos” tan mayores. Así que suspiro y, por primera vez en mucho tiempo, les miento.
Después de cenar, mi madre y yo revisamos la maleta, y entonces suena mi teléfono. Me disculpo y voy a buscarlo al recibidor, donde lo he dejado antes.
Tengo un mensaje de Sophie, acerca de la ropa que se va a poner mañana para ir al aeropuerto. Hemos quedado a las nueve de la mañana, así que tengo que dormir, ya que me esperan unos días muy cansados.
Le contesto algo rápido, y vuelvo a la habitación, solo para oír el sonido de mi móvil otra vez al cabo de unos segundos. Es Inés. Me habla de los planes que tienen para mañana por la mañana, y me promete que nos llamarán desde París en cuanto lleguen, para ver si están bien, y que nos verán en Roma el día que lleguen los chicos. Cuando le pregunto qué van a hacer si ellos se marchan esta noche, que los perderán, llega el mensaje de Carla, diciendo que acaba de recibir un mensaje de Niall, diciendo que se van mañana por la mañana y que la llamará luego.
Por la forma en que escribe, percibo que Carla está saltando de la emoción, y que no puede esperar más tiempo en ver al irlandés de nuevo. Sonrío. ¡Qué monos que son!
Mi madre se está hartando de esperar, así que me despido de mis amigas y regreso a mi cuarto. Allí, mi madre ha sacado algunas prendas de la maleta que considera “innecesarias”. Suspiro y le hago caso. De todas formas, con la maleta tan llena no podré traerme a casa todo lo que pienso comprar en Roma.
Mi móvil vuelve a sonar, pero mi madre me echa una mirada de reproche, y no muevo ni un músculo hacia el teléfono.
Cuando terminamos, ya es entrada la noche. Le doy un beso de buenas noches a mi hermana y me voy a dormir. Lo necesito, llevo un par de días sin pegar ojo de lo emocionada que estaba.
Una vez estoy entre las sábanas, recuerdo que mi móvil ha sonado hace un rato, y voy a por él. El mensaje hace que una sonrisa tímida se expanda por mi rostro, e inspira los agradables sueños que tengo al cabo de unas horas.
Liz, me ha encantado poder conocerte, aunque sea solo estos días. Ahora estoy impaciente por volver a verte en seis días, en Roma. Adoro la ciudad, ¿qué te parece quedar para cenar el día que llegue? Podemos comer zanahorias, como te gustan... Espero con ansia tu respuesta. Un beso de buenas noches.- Louis.

Le respondo entusiasmada con una afirmación, y me tumbo a descansar. Pero ahora no puedo dormirme, no dejo de dar vueltas entre las sábanas, pensando en el chico de las zanahorias que me ha arrebatado el corazón en solo dos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario